Desde principios de la década de 2010, las tecnologías relativas a las células de los paneles solares, pero también a las vinculadas a los módulos de antena AESA, han permitido avanzar en un concepto considerado durante mucho tiempo un unicornio tecnológico: la transmisión de energía por haz electromagnético. En concreto, se trata de transformar la energía solar en energía eléctrica mediante células fotovoltaicas de alto rendimiento y luego transformar esta energía eléctrica en energía electromagnética en forma deradiación de microondas canalizada a través de módulos comparables a los utilizados para las antenas AESA de los radares modernos, pero que funcionan en una frecuencia de microondas, para ser captados por un receptor que convierte la energía recibida nuevamente en energía eléctrica. Cette technologie permettrait capter l'énergie solaire en orbite géostationnaire, de sorte à bénéficier en permanence des rayons solaires, et de la envoyer vers des stations de réception/transformation sur terre, créant une source d'alimentation sans pollution carbonée, et virtuellement infinie … en teoría.
En la práctica, todavía estamos lejos de poder implementar una solución de este tipo, en primer lugar debido a la inmensa diferencia de precios que existe hoy entre un Kw/h de energía eléctrica producida por la combustión de petróleo, gas, carbón e incluso energía nuclear, cuyo precio no supera unos pocos céntimos de euro, y el precio de producir un kW/h de energía eléctrica solar en el espacio, que aún hoy supera los 500 euros. De hecho, la falta de mercado a corto o medio plazo para estas tecnologías ha limitado durante mucho tiempo los fondos de investigación que se les asignan, a pesar del potencial teórico que representan.
Pero con el aumento de las tensiones entre Estados en todo el mundo, este status quo bien podría desaparecer. De hecho, la Fuerza Aérea de los EE.UU. anunció, a través del Laboratorio de Investigación de la Fuerza Aérea de los EE.UU., la financiación de un programa de 100 millones de dólares para desarrollar tecnologías destinadas a implementar una solución de este tipo para suministrar energía eléctrica a las unidades militares en el campo, particularmente en operaciones externas. De hecho, permitiría alimentar una unidad, o una infraestructura, sin requerir conexión a una infraestructura eléctrica inherentemente vulnerable, ni depender de generadores pesados y costosos, y sin requerir un flujo logístico continuo de combustible. Es decir, esta tecnología proporcionaría una autonomía energética muy importante a las unidades desplegadas, un activo clave en los conflictos que se avecinan mañana.
Si el objetivo, para el AFRL, será únicamente desarrollar una capacidad de producción limitada para abastecer inicialmente unidades experimentales, las aplicaciones de este concepto van mucho más allá del ámbito militar. En efecto, el rendimiento energético de las recientes células fotovoltaicas y de los módulos de antena activa permite prever, a largo plazo, un coste de producción de energía por Kw/h reducido a sólo 7 u 8 céntimos de euro, o un precio consistente con el de la producción de electricidad a partir de energías fósiles, cuyo precio probablemente aumentará en el futuro, sin siquiera tener en cuenta los fenómenos ecológicos y climáticos que de ello se derivan. Además, los satélites de producción de energía, situados en órbitas geoestacionarias, podrían abastecer directa y continuamente las zonas de recogida, lo más cerca posible de las necesidades. Esta tecnología bien podría representar, a largo plazo, una cuestión estratégica decisiva para el futuro del planeta.
Sin embargo, aún quedan muchos escollos tecnológicos que superar antes de alcanzar este Santo Grial tecnológico y energético: fiabilidad de los equipos, dificultades y costes de mantenimiento, pero esto antes del billete de entrada a la producción masiva de energía, que frena las inversiones, y la voluntad pública. Así, una capacidad de producción de 2.000 MW, el equivalente a 3 reactores nucleares, costaría más de 30 millones de dólares sólo para su implementación inicial, según las evaluaciones de NASA Innovative Advanced Concepts, y también estaría acompañada de una importante asunción de riesgos tecnológicos. Teniendo como referencia la explosión de los costes de construcción de la central EPR Flamanville de 1650 MW, entendemos las reservas de las autoridades públicas a la hora de apoyar este enfoque energético.
Sólo podemos esperar que, como fue el caso de la aviación, los vuelos espaciales, el GPS e incluso Internet, las inversiones tecnológicas realizadas por los militares para satisfacer necesidades operativas específicas también abran oportunidades para la producción masiva de energía económica y ecológica.
Para más información sobre este alcance tecnológico, consultar este artículo de la revista Space Review